Por Ignacio Szmulewicz R.

Publicado en La Panera el 10 de Enero de 2017.

 

No existen límites para los intereses del arte contemporáneo. Las exploraciones que cursan los artistas en la actualidad pueden llevarlos hacia zonas deshabitadas, conflictos político-sociales, asuntos trascendentales y místicos y, por supuesto, preocupaciones medioambientales. El museo, antigua alma mater de la cultura elevada, es hoy un depósito de las inquietudes de los excluidos en los territorios más apartados del globo.

En el Museo de Arte Contemporáneo, sede Quinta Normal,  se  exhibe  la  muestra «Una explosión sorda y grave, no muy lejos», del colectivo Agencia de Borde, integrado por Paula Salas, Rosario Montero y Sebastián Melo. En una de las salas del primer piso se encuentra  un  conjunto  de  elementos  multimediales –fotografías, videos, instalaciones sonoras y gráficas– que transportan al visitante hacia un tema desconocido e incierto en una de las zonas más desplazadas por la sociedad.

Se  trata  de  una  desafiante  búsqueda  colaborativa, impulsada por el colectivo junto a habitantes del Norte Grande, que permite visualizar la presencia y persistencia de minas antipersonales depositadas durante los conflictos limítrofes en la época de la Dictadura. La imagen  de  este  objeto  militar  produce  una  amenaza invisible de una destrucción acotada pero certera. La manifestación bélica del individualismo y de la abstracción bursátil –conceptos clave de la sociedad chilena.

El conjunto es dominado por un gran paño que presenta una cartografía territorial en formato de gráfica al  muro  que  cuenta  con  una  decena  de  dibujos  sobre papeles reticulados, realizados por los habitantes de las zonas estudiadas. Su presencia es monumental y conjuga a la perfección el país con el ciudadano, la imagen global con la experiencia localizada de quien habita la zona. En uno de los muros laterales se despliegan fotografías de una belleza sublime –especialmente magnífica es la que conjuga el cielo natural y el cielo producido por una aparente explosión. En su opuesto, se encuentran dos proyecciones enfrentadas: una muestra el recorrido aéreo de un drone que explora el paisaje natural en busca de las minas y, otra, el registro nocturno de un animal silvestre.

Si bien es cuestionable el efecto fragmentado del conjunto –tres artistas y no un colectivo–, la muestradebe ser aplaudida por abordar un tema coyuntural y difícil, de interés personal y colectivo. Cualquiera que visite estos rincones del terruño –Arica, por ejemplo– será sorprendido por habitantes que recuerdan con demasiada proximidad tanto el temor como la angustia respecto de estos diminutos artefactos militares. El arte contemporáneo puede proponer un proceso de exploración y reflexión visual que permita atender a estos temas de una manera distinta, otorgándole materialidad a los relatos, imágenes y anhelos de una comunidad afectada. No estaría mal que lo mismo se pudiera emprender en otras zonas del país que cuentan con enormes cementerios de tanques, como en Tierra del Fuego, es decir, marcas recordatorias del entonces dominio de la mirada marcial.