By Nicolas Salazar Sutil

 

Por favor, por favor denme explosiones. Las amamos. Las queremos en las películas. Mientras más mejor. Chuck Norris, Steven Segal, Sylvester Stallone, Tom Cruise, ¿qué sería de ellos? Actores explosivos para una cultura de explosiones. Oh, gloriosa cultura de explosiones, estás adonde quiera que uno vaya: explosiones en los video juegos, explosiones para celebrar cada año nuevo. Chile, un país construido desde la explosión de sus montañas, y la explotación minera de sus riquezas naturales subterráneas. Denme explosiones. Hagan caer las montañas y, en su lugar, dejen una cortina de humo en el aire.

Las veneramos y encarnamos. Gloria a aquellos que se convierten en una explosión, esos mártires terroristas que se van al Cielo, más allá del humo, por detonarse en nombre de su causa. Nos quemamos con ellos desde adentro, con el odio en forma de bomba que alimenta este amor por la destrucción. Oh, por favor, por favor háganlas más grandes, tipo hongo nuclear. Hagan que el mundo entero estalle. Esa es la visión de la creatividad humana absoluta. Es la visión de los pioneros de nuestra era atómica: Jon von Neumann, Robert Oppenheimer.  “Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos” exclamó con los ojos vidriados en naranja por el sitio de poder nuclear. ¡Oh, qué poder! La creatividad humana al límite, puesta a prueba por la capacidad de crear explosiones que pueden convertir al planeta completo en polvo.

Las explosiones son trascendentales, y son el corazón y el alma de nuestro humano desprecio por la vida. Son el aire para respirar, y nos entregan la salvación, un nuevo año, una nueva era. El cielo.

¿Qué pasaría si –y este es uno de los condicionales que Agencia de Borde ha planteado en su trabajo- no se puede confiar en el suelo bajo tus pies por el miedo a explosivos escondidos? ¿Qué pasaría si – este es el condicional que yo planteo en respuesta a la invitación de Agencia de Borde a responder- el acceder a un campo minado pudiese aludir a esos gloriosos explosivos escondidos, plantados dentro de la experiencia mediada?  Experimentar el mundo a través de los confines de la tecnología de la pantalla plana es un campo minado. La vida totalmente mediada nos acerca aún más al glorificado mundo de la cultura de las explosiones.  Vivir pegado a una pantalla consagra la visión de las asombrosas bolas de fuego que llenan el ambiente- en contraste a ese brillo ubicuo de pantalla plana y de sinopsis cinematográfica. Nuestros ojos se están poniendo naranjas con el reflejo parpadeante de cosas que explotan: casas, autos, enemigos, y oh si, la tierra misma. Háganla estallar, por favor.

Al buscar acceso mediado al campo minado, Agencia de Borde está incitando a algo que no solo va a detonar la curiosidad voyerista de nuestros consumidores de la cultura explosiva. Lo que está en marcha es un espacio mediático explosivo y una exploración del campo minado como condición de posibilidades creativas y críticas, en el sentido más amplio.  Desde la perspectiva área de un dron, esta invitación a caminar por el campo minado es también una pregunta acerca de la ética de la mediación tecnológica a través de las tecnologías que están al servicio de la maquinaria de guerra, que instigan la cultura de la explosión, tanto en un sentido anclado en el mundo real, en la guerra real, como también en juegos de guerra mediados, fílmicos, cinematográficos, ficticios y glorificados.  Dicho de otra forma, Agencia de Borde provoca reapropiaciones de los campos minados militares como campo de prueba para una exploración rica en medios de comunicación y una explosión de la locura de la explosividad de los medios de comunicación.  Esto también nos puede incitar a pensar otra vez (y de manera crítica) acerca de las mentiras bajo los pies en un mundo de una cultura de explosión, atestada de las minadas territorialidades humanas.

Hay campos minados por todas partes, nada menos que en Chile, donde el tema de la militarización pesa fuertemente en la conciencia del imaginario cultural de los medios (particularmente en el cine). Pero esto no es una cuestión de sacar a la luz (otra vez) el reciente pasado militar de este país, y un hecho historizado de defensa de las fronteras. Esto no es una cuestión de tener que defendernos de la inminente amenaza del enemigo argentino, del enemigo boliviano, del enemigo peruano, del mundo que nos rodea en forma de enemigo. Esto es un tema de trascendencia. El campo minado, la potencialidad de una frontera nacional en llamas, de campos llenos de partes del cuerpo de soldados enemigos; sería digno de leyendas si así fuera. Sería tan grandioso como las historias coloniales de asesinatos masivos por parte de los españoles, sobre los cuales esta historia nuestra está escrita. Si esas minas pudieran explotar, convertirían a sus conflagraciones en un mito de la nueva creación más grande y más sangriento que O’ Higgings. Una nueva era.

Por favor, por favor denme explosiones. No solamente dejen las explosiones enterradas en la tierra, potencializadas por siempre, anhelando la gloria de la destrucción.  Háganlas estallar a la vida. Saquen el fuego de esas cajitas mágicas. Llenen el aire de sangre. Porque es ese momento de explosión sagrada que la cultura humana ve la creación, la creatividad, el comienzo de una nueva vida.

Nuestros imaginarios son voyeristas. Hacemos vuelos de reconocimiento porque queremos ver cómo se ve la maquinaría de guerra. Los drones de Agencia de Borde están buscando explosivos escondidos, pero la misión es similar a la cobertura mundial de noticias y al tiroteo de drones de la guerra en el Medio Oriente. Los nuevos medios hacen que el acercamiento a las explosiones sea asequible, para el deleite de los consumidores de la cultura explosiva, desde la comodidad de sus sillones o desde la autocomplaciencia de las levantadas de cejas en las galerías de arte. Sí, me pregunto cómo se ve un humano enemigo explotando en pedazos. O cómo se ven los terroristas suicidas que defienden a Mosul cuando ponen en práctica su gloriosa encarnación de una bomba. Tráiganmelo. Muéstrenmelo. Llenen los medios de comunicación con explosiones, reales o ficticias, porque la emoción es intensa y me hace sentir menos muerto. Y si pueden también, llenen las galerías de arte, pero luego cuando la explosión de repente toque la puerta de mi casa, y la victima sea yo, ese repentino amor fetichista por la destrucción, las matanzas, el poderío militar, la hecatombe humana, me va a parecer peligrosamente cercano.  Y las artes mediales, obstinadas en revelar una proximidad que alcance el núcleo crítico, otorga un acceso aparentemente no mediado a mi estupidez, a mi locura. Y luego, cuando la mina antipersonal explote en mi propia cara, ¿qué sucede entonces?

Ahora, miren otra vez. Vean cuántas bombas están llenando el aire, y cuántas minas antipersonales están esperando a explotar cuando el humo se despeje. Olfateen el mundo de la experiencia mediada de pantallas planas y sensibilicen sus fosas nasales para que puedan oler el potencial humo. Los nuevos medios son el nuevo humo. La tecnología de los medios que tanto deseamos huele a guerra y a golpes de muerte. Los medios de comunicación son un campo minado, un territorializado y plano mundo de hecatombe a la espera de explotar en nuestras caras atontadas.