Manuel Prieto(*)

 

En abril del año 2016 viajaba desde el poblado de San Pedro de Atacama rumbo a la ciudad de Calama a realizar trabajo de campo para un Proyecto Fondecyt. Conduciendo por un sector sinuoso, luego de pasar por un lugar de la ruta conocido como el Llano de la Paciencia, me llamó la atención que a unos cien metros del camino, yacía en pleno desierto el cuerpo de un animal muerto; probablemente una vicuña. Cazadores furtivos en busca de su lana, pensé. Improbable, se habrían llevado el cuerpo. ¿Un Puma? Esa hipótesis era prácticamente imposible, dado el grado de destrucción del cadáver. Al bajar de mi vehículo y luego de mirar con mis binoculares, vi que el cuerpo del animal había explotado. Caminé algunos metros desde la carretera hacia el desierto. Luego de dar varios pasos, un frágil cerco alambrado interrumpió mi andar. Junto a este, un cartel me advertía en español, inglés y aymara: “Peligro Campo Minado, Danger Mine Field, Peligrowa Aka Pampa Minatawa.” En ese mismo momento que leía el aviso, las teorías postestructuralistas sobre el Estado, que tanto me tenían seducido, reventaron tal como lo había hecho el animal que cruzó al campo minado algunos días atrás. Me di cuenta que el Estado tiene una realidad material y que este se reproduce, entre otros, por medio de objetos. Para este caso, a través del sin número de minas anti personales y anti tanques que en ese momento estaban enterradas frente a mí y que permitían prevenir las hipotéticas intromisiones de los ejércitos Bolivianos y Argentinos al territorio Chileno.

En un reporte del año 2012 titulado Demasiado seco para la vida: El Desierto de Atacama y Marte, la NASA concluyó que Atacama en “términos microbiológicos es el paisaje más parecido al planeta Marte sobre la Tierra.” Esta imagen cientificista del desierto es promovida por el gobierno de Chile, quien en sus campañas de turismo internacional invitan al turista extranjero a visitar el Valle de la Luna (destino obligado a quien visita San Pedro de Atacama) bajo el slogan “el lugar favorito de la NASA para desarrollar sus expediciones en la medida que es muy similar a Marte”. Viajeros de todo el mundo convergen en este viejo pueblo de calles de tierra, casas de adobe y terrenos cultivados de maíz y alfalfa para vivir la experiencia del “desierto parecido a Marte”. La oferta para el turista incluye fumarolas de geiseres, lagunas de altura, ojos de agua salados en los que se puede flotar como en el mar muerto, baños termales, extrañas formaciones rocosas, cielos obscuros llenos de luminosas estrellas y la práctica de diversos deportes aventura en paisajes de tonos rojizo y ocre. Para disfrutar de esta naturaleza desértica, los turistas se desplazan por calzadas oficiales; algunas pavimentadas, otras medianamente mantenidas, también hay rutas pedestres conocidas sólo por lugareños o guías locales. Quienes se alejan de estos caminos corren el riesgo de adentrarse en un paisaje no promovido por los catálogos ni las agencias de turismo. Estos son, los paisajes explosivos de San Pedro de Atacama.

La geografía crítica cuestiona las visiones apolíticas de los paisajes y advierte que estos, más que simple formaciones caprichosas de la naturaleza, son socialmente producidos. Bajo esta mirada, los paisajes emergen de relaciones metabólicas entre naturaleza y conflictos dentro de relaciones sociales (entre otras, capitalistas, de producción de conocimiento, de violencia, género, colonialistas, racistas). En San Pedro de Atacama, solo por mencionar algunos ejemplos, la economía política del turismo ha hecho de la naturaleza del desierto una mercancía, un bien de consumo, cuyo valor de uso ha sido reemplazado por el valor de mercado fijado por la oferta y demanda de la industria del turismo; las comunidades indígenas locales han sido sujetas a relaciones de desposesión de recursos naturales desde la colonia; las empresas mineras han sobre explotado los acuíferos de las cuencas alto andinas, reproduciendo híper-aridez; las agencias espaciales con su conocimiento experto reproducen imaginarios de Atacama como lugares inertes y extra-terrestres, y las empresas de litio han transformado el paisaje del Salar de Atacama en nuevos espacios industriales de extracción. Ahora, hay un fenómeno especialmente relevante en la producción de este paisaje desértico que sólo adquiere visibilidad cuando explota algún turista desprevenido. Esta es, la estrategia militar.

Dentro de un contexto de tensión geopolítica regional, desde mediados de la década de 1970, el ejército de Chile sembró minas explosivas por el desierto de Atacama. Con esta acción, las fuerzas armadas, al mezclar su estrategia y armamento con el paisaje, produjeron un desierto que no existía antes: un desierto explosivo. Este nuevo desierto está conformado por aproximadamente 168.677 minas antipersonales y antitanque, distribuidas en 168 campos minados. Este contingente bélico se complementa con un número indeterminado de municiones de artillería que aún permanecen dispersas por el desierto sin estallar, pero que pueden hacerlo inesperadamente en cualquier momento y circunstancia.

La minas explosivas y las condiciones geográficas del desierto de Atacama tienen particularidades únicas que hacen de su ensamblaje un paisaje explosivo dinámico y en movimiento. En primer lugar, las minas son artefactos de guerra particulares. A diferencia de un arma de guerra convencional, estas son activadas por la propia víctima al pasar por encima. Las minas son pequeñas y muy ligeras debido a que la mayoría de estas son de plástico (por ejemplo una mina antipersonal, pesa aproximadamente 100 gramos y mide 56 milímetros de diámetro y 45 de altura). Por su parte, el desierto de Atacama es un territorio muy dinámico y cambiante. La lluvias de verano producen considerables escurrimientos de agua por quebradas. A su vez, producto del movimiento y choque las placas tectónicas de Nazca y Sudamericana, el desierto de Atacama es una zona altamente sísmica. Este ensamblaje minas-desierto hacen que una vez enterradas, estos artefactos explosivos no queden fijos, y puedan desplazarse al arbitrio de los fenómenos climáticos y telúricos. Por lo mismo, quienes siembran las minas, pierden el control absoluto de las mismas. De este modo, dadas las características de este nuevo paisaje producido, su carácter de explosivo es cambiante, caprichoso e impredecible.

Este ensamblaje mina-desierto rompe con el imaginario de los paisajes desérticos de San Pedro de Atacama como prístinas y naturales formaciones parecidas a Marte, e invita a politizarlos como fenómenos altamente contestados, producidos bajo dinámicas de tensión bélica y con una ontología explosiva. De este modo, el desierto de Atacama deja de ser entendido como un simple territorio en disputa o un potencial escenario sobre el cual ejército chileno se enfrente al boliviano o argentino. Bajo una mirada de producción geopolítica del paisaje, la estrategia militar chilena transformó el desierto de Atacama en un paisaje-arma. Esto es, un desierto que explota al ser visitado y pisado por sus potenciales víctimas.

Bajo la mirada propuesta, la producción geopolítica del paisaje-arma mediante el acto de minar el territorio hace que el desierto se torne una verdadera fuerza de control bélico del espacio en la región. De este modo, el “lugar más parecido al planeta Marte sobre la Tierra” más que un paisaje entendido como un simple contexto pasivo de fenómenos sociales, es revestido—dentro de determinados sedimentos históricos— de agencia geopolítica. Así el desierto se torna en un paisaje el que, una vez sembrado de minas, es capaz de protegerse a sí mismo de devenir paisaje “Boliviano” o “Argentino”. Un paisaje-arma, el cual sin la necesidad de ser activado por un control central explota al ser pisado por cualquier humano, o no-humano, que pese sobre 9 a 16 kilos.

(*) Ph.D. en Geografía, Académico del Instituto de Arqueología y Antropología-San Pedro de Atacama, Universidad Católica del Norte, mprieto@ucn.cl.